Más allá de que hoy en las calles circula el rumor de que nuestra moneda nacional no tiene sustento por la desaparición de la leyenda “Convertibles de Curso Legal”. A mí me parece que no tiene ningún valor de ningún tipo. ¿Por qué llego a esta conclusión? Pues bien, pasaré a explicar. Dígame usted señor, o señora si es el caso ¿Desde cuándo se ha visto que uno no pueda adquirir los productos que se le plazca? Una noche, billete en mano salí a comprar cigarrillos. No es que los necesitara, aún me quedaban unos cuantos, pero debía levantarme temprano y como no tenía la dichosa tarjeta del servicio de transporte público ni tampoco monedas, me lancé a la difícil misión de conseguir cambio. Luego de andar y andar por el barrio entero yendo de kiosco en kiosco, verdulería, carnicería o cualesquiera sea el tipo de negocio que se me cruzaba, volví a mi hogar, derrotado, con el billete en mi bolsillo y una enorme impotencia por no tener monedas para el transporte del día siguiente. En otra ocasión, estando en pleno centro, había terminado con mis labores cuando llegó la hora del regreso al descanso hogareño. No quiero ni recordar lo que me ocurrió, una verdadera odisea. Me veía en una película donde el protagonista vivía una situación recurrente en cada lugar al que iba. Por más diverso que fuera el negocio o el producto que quisiese adquirir, no había manera de concretar la transacción: no había cambio. Al cabo de dos horas de deambular en la faraónica empresa de conseguir monedas en el centro correntino (si señor, señora, pleno centro correntino, no una gran ciudad ), encontróme un alma caritativa, que me facilitó el bien pecuniario metálico que llamamos moneda. Yo pregunto ¿cuántos kilos de caramelos, chicles, chocolates y demás chucherías debo comprar para conseguir cambio? Porque muchas veces nos acordamos de las familiares del sexo femenino de nuestros amigos comerciantes porque no quieren cambiarnos un billetito de $ 2 miserables. Pero debemos entender algo: Estas personas No Son Agentes de Cambio, no tienen el deber de cambiarnos el billetito por las monedas, y nosotros no tenemos por qué comprar kilos de inútiles caramelos para cambiar el miserable billetito de $ 2. ¿Cuánto tiempo debemos invertir para conseguir el cambio? ¿Cuántas horas debo invertir en conseguir el preciado tesoro, aunque sea de la ínfima cantidad de $1? En verdad estoy harto. Siento, impotente, que mi dinero no vale nada. Existen varias soluciones. Una de ellas es el boicot, pero siempre perderemos los usuarios. La otra, que las empresas de colectivos devuelvan rápido las monedas a los bancos y a los grandes comercios para que no haya crisis, y que pongan puntos de ventas de tarjetas repartidas por toda la ciudad, extendiendo también los horarios de venta. No es mucho pedir, ellos prestan un servicio, y no tenemos por qué soportar que sea tan malo en este aspecto. Eso sin siquiera nombrar la regularidad entre unidad y unidad. Sin más que decir, no espero una solución, pues está visto que a estas personas los usuarios les importan un comino. Al menos descansaré mejor, ya que la catarsis me ayudó un poco a sobrellevar esta falta de buen manejo de parte de empresarios y entes reguladores. Me despido, estimado lector, agradeciendo los minutos que invirtió en leer este pequeño artículo citando al intérprete rosarino Juan Carlos Baglietto: “… la vida es una moneda…”.



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